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SOLO LETRAS

Iniciado por kermit, 18 Agosto, 2014, 08:50:21 AM

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kermit

#60
VIENTO DEL NORTE

   Presiento que serán mis últimos momentos. Fuera, el viento gira con furia y me recuerda lo cerca que estoy de llegar al final. He tratado de mantener la esperanza durante muchos días, a la espera de encontrarme con alguien que pudiera sacarme del  atolladero  en que me encuentro,  pero no ha sucedido. Cierto es que tampoco tenía muchas esperanzas de que así fuera. Nunca he tenido la necesidad de apoyarme en nadie para salir a flote y, sin embargo, esta vez, siento que debo buscar fuera de mí para no caer en el olvido del silencio y la confusión. Por eso me decido a escribir. Es mi única alternativa. Tal vez, en algún momento, alguien comprenda y le sirva de ayuda. Por lo que a mi respecta, ya no tengo salvación.
Encerrado en este mundo, agitado por un mar de olas inmensas que me llevarán al fondo del abismo, no quiero dejar pasar la oportunidad de exponer a otros lo que acabará irremediablemente perdido en la vorágine que me rodea.

   Tiempo atrás, pude haberlo evitado. Ya no es posible. Desgraciadamente, el tiempo me ha dado la razón. ¿Lo busqué yo o fue producto de las circunstancias? ¿Acaso importa eso ya? No; no importa, claro. Es la forma en que trato de excusarme ante mis propios ojos, porque no hay juez más implacable que yo mismo. Yo, que he tratado con bastante indulgencia los avatares de los demás, nunca he sido capaz de aplicar ese principio general a mi persona. Estrictamente severo e inflexible, me he formado un carácter particularmente exigente que no ha sabido sortear las mareas y reflujos de la mar.
Un océano en el que siempre he vivido; las aguas a las que siempre he visto como un buen amigo y que  ahora se vuelven contra mí. O a las que de alguna manera he traicionado, mostrándome de esta forma su pesar y desencanto. Las he decepcionado y  me lo reprochan de semejante manera. Pero no se lo tengo en cuenta; me lo he ganado. Ahora, ya no cabe mostrar enojo, sorpresa o desaliento.

   Pero, como os decía, quiero explicarme; dejar escrito lo que no puedo expresar de otra manera; justificar mi imprudencia; tratar de acallar mi conciencia - la misma que no me ha dejado opinar y me ha tenido amordazado durante años en un recóndito lugar del que no pude salir a tiempo para avisar del desastre que se avecinaba. Porque, yo, observador pasivo de los hechos, he sido  incapaz de evitarlos.
Y de repente, la tregua; una necesaria pausa.

        Es curioso que recuerde ahora la última palabra del día que leí en el Dle: "Acuario". Sorprende los pensamientos tangenciales y fuera de lugar que llevan a una mente saturada a la calma momentánea. Sin saber por qué, esta palabra ha evocado en mí un sentimiento de tranquilidad y serenidad. Tal vez pensé en una imagen colorida y relajante de peces sorteando a otros peces en un espacio de dimensiones limitadas que me llevó a un instante de mi vida en que me encontraba relajado y  confiado.

   Pero ha sido tan fugaz como irreal. De vuelta al presente, me siento más perdido que antes. Algo ha cambiado en el exterior. El viento, anteriormente tan amenazador y vertiginoso, ha calmado su ser para convertirse en un siseo constante parecido al maullar arrullador de un gato que trata de congraciarse con nosotros para su provecho. Han cesado los vaivenes de la mar; vuelvo a ser acunado por unas aguas mansas que parecen haber descargado ya su ira contra mí. Pero no me fío. Debe ser la calma que precede a la tormenta final. Debo darme prisa; mi tiempo se acaba.

Un último pensamiento, previo a desaparecer tragado por una gran ola, le llevó a rememorar un día de intensa tormenta, en su casa, junto a su madre y hermanos. De pequeño, temía los rayos y los truenos y se acurrucaba al lado de su madre tratando de protegerse de sus temores. De nuevo, la imagen de su madre surgió ante él acercándolo a su regazo. Cerró los ojos y trató de recuperar aquella sensación de calidez mientras las aguas ocupaban todo el espacio que le rodeaba hasta engullirlo completamente.
Anyway the wind blows...

kermit

#61
LA LARGA MARCHA


Parecía que el pasillo se estrechaba al fondo, conforme se ascendía en espiral, sin que se pudiera distinguir signo de luz al final del mismo. Tal vez fuera porque no tenía fin, o porque allí acabara todo, frente a un muro de piedra o cualquier otro material lo suficientemente resistente y tenaz como para permanecer impenetrable a su débil constitución. Sin embargo, no se equivocaba: aquella era la salida,  sin duda. Por fin, tras mucho caminar sin reconocer el terreno; tras mucho vagar por senderos desconocidos e informes; tras mucho dudar ante las bifurcaciones que se le presentaban a cada paso, sin avisar – incluyendo algún que otro retroceso para volver a la senda inicial; tras largo trecho recorrido por aquellas vías – en ocasiones apenas simples bosquejos trazados en una tierra irregular; tras incesantes caminatas en las que apenas descansaba para tomar un respiro;  tras innumerables vueltas, revueltas y pendientes – tanto ascendentes como  descendentes; tras todos aquellos kilómetros sin fin que se le habían presentado durante todo ese tiempo como una carrera de obstáculos, a veces a contrarreloj; por fin, llegaba a lo que parecía una meta (una de las muchas posibles, lo sabía).
Se tomó su tiempo para saborear bien aquellos últimos pasos que le llevarían, según entendía, al momento en que acabaría su larga marcha. Despacio, se aproximaba a lo que desde hacía mucho tiempo (tanto tiempo que ya ni recordaba cómo empezó todo) esperaba con cierta ansiedad. Allí estaba su meta. Expectante, se imaginaba avanzando a cámara lenta, con la vista fija al fondo, mientras su mente se desdoblaba para captar ese  preciso momento. Una parte, centrada en el momento presente, físico, corpóreo, dinámico, perceptivo. La otra parte, centrada en una imagen donde se aparecía ante si como un personaje externo a quien observara aproximándose desde la distancia, y que lo mismo mostraba un encuadre  de plano general como primer plano; cenital o nadir; picado u holandés; escorzo o dorsal; perfil o "flip over". Y todo ello, a la vez, en una mezcla  de perspectivas superpuestas que proporcionaban cierta sensación de vértigo y surrealismo.

   Era consciente de haber perdido varias partes de su ser por el camino: pequeños detalles, cierto. Algún botón de su camisa. Un desgarrón del pantalón. El cordón de su zapato. Nada especialmente significativo, si se considera solo el aspecto físico- mundano del asunto. Salvo que no era ese el aspecto a considerar sino el otro. No quería decírselo. No quería reconocérselo.  No quería ni insinuarlo. Mejor acallarlo. Lo que no se pronuncia permanece en lo irreal. No existe. Es solo un preludio, una silueta, un futurible no confirmado. No. No quería pensarlo. Habría significado dar forma a una idea que acabaría por salir y atormentaría su mente hasta que no le encontrase un significado. Así estaba bien. Una mera presencia, sin más. Un tanto molesta, eso sí. No era capaz de dejarlo estar. Tenia la necesidad de sonsacar, hurgar, desmenuzar todo cuanto se le presentaba. Como un niño ante un objeto desconocido. Debía explorarlo, abrirlo, desmembrarlo, entenderlo, antes de devolverlo al lugar de donde lo encontrara.
Y no quería que eso sucediera, evitando cuidadosamente caer en el intento, sorteando circunloquios improcedentes, ocultando pliegues que podrían llevar a un laberinto del que tal vez no supiera salir. La técnica del avestruz: no veo, no existe.

   Siguió adelante, una figura oscura apenas discernible en aquel paraje por el que transitaba, con cierto ánimo triunfalista, como quien sabe del deber cumplido y espera una recompensa por ello,  por mínima que sea: una palmadita en la espalda, una exclamación de aliento, una mirada agradecida, un cálido apretón o un reconocimiento velado reflejado en la apreciación de quien tiene a su lado.
Se acercaba y ya casi saboreaba su triunfo cuando, de repente, topó con algo que le impedía avanzar. No entendió. Nada había delante suya que obstruyera su caminar. Sin embargo, chocaba contra un muro invisible, traslúcido pero, innegablemente, un muro.

Oscuridad y silencio. Fin.

                                                                        ---------------------------------------

Cuando las luces se encendieron, comprobó que era la única persona que permanecía en su asiento. De hecho, quien se acercaba a él escaleras arriba llevaba una escoba y se agachaba aquí y allá, bien para acomodar, bien para recoger, bien para arreglar, algún objeto. No tuvo conciencia del tiempo transcurrido desde que la historia  acabó en un fundido en negro, dando paso a los títulos de crédito, hasta observar aquella persona que se afanaba en dejar un poco aseada aquella sala para cuando se iniciara el próximo visionado.
Lentamente, salió de allí y se dirigió hacia su coche pensando en aquella extraña película y su simbolismo final. ¿O acaso no era ningún simbolismo y simplemente era así? No pudo determinar si hacer una buena o mala crítica de lo que acababa de ver. ¿Se la podría recomendar a alguien? No; decididamente, no. No es que fuera una mala película sino que era demasiado... "abstracta". "Abstracta", repitió en voz alta, y se rió de buena gana. Esa era la palabra utilizada por su vecina cuando quería criticar a alguien pero sin que se notara mucho. Si, era ese tipo de "arte" difícil de interpretar. Para algunos una joya, una obra maestra. Para otras personas, una majadería sin pies ni cabeza. Un esnobismo. Y recordó aquel libro que leyera hace poco, que llegó a sus manos por accidente, dejándole una agradable sensación: "La elegancia del erizo". Leyó críticas que alababan su excelencia y otras que no le daban muchas oportunidades. Pero eso es como todo, sentenció. Lo válido es lo que cada cual encuentra provechoso, sea o no del gusto de los demás.

Y con este planteamiento dio por concluida su tarde de cine disipándose en el tráfico intenso que le rodeaba a esas horas, en plena hora punta, dificultando su conducción y que reclamaba toda su atención,  reconcentrada durante el trayecto de vuelta a casa.
Anyway the wind blows...

kermit

COMUNICANDO


"Está usted despedida". Esta fue la escueta frase que dejó caer su jefe, sin apenas mirarla – porque ni siquiera tuvo el valor de decírselo mirándola a la cara. Perfecto, pensó; ya no tendré que enfrentarme a los abusos diarios de poder y ostentación de tanto mequetrefe como merodea por estas oficinas.
Sabía que no tenía nada de perfecto quedarse sin trabajo pero no dejaba de ser un mecanismo de defensa frente a la "crónica de una muerte anunciada" desde que hacía dos o tres meses comprendiera que aquel "silencio administrativo", que se concentraba a su alrededor cada vez que se acercaba al grupo, no presagiaba nada positivo ni tranquilizador. Lo sabía, si. Y... ¿Acaso podía ella hacer algo por evitarlo? NO. No dependía de ella sino de las circunstancias, o más bien, de las "necesidades del mercado" - como solía decirse cada vez que notaba de nuevo aquella sensación tan desagradable de estar fuera de lugar.

   Por mucho que hubiera tratado de averiguar cuál era la alternativa adecuada que la condujera de nuevo al camino "correcto" nunca supo la opción acertada puesto que nadie le dijo en qué fallaba o cómo debía reconducir sus planteamientos, no quedándole más remedio que usar la vía del tanteo experimental  - provocando situaciones que le permitieran identificar qué se esperaba o no de ella en función de las respuestas obtenidas y originadas por sus actos. No era adivina, ni intuitiva. Solo entendía (o solo quería entender) lo que se le decía de forma clara y directa. Nada de circunloquios en los que tuviera que adivinar o leer entre líneas. ¿Para qué estaba el lenguaje sino para comunicarse con los demás? ¿Y qué otra función tiene la comunicación sino la de expresar exactamente lo que se desea transmitir, descubrir, manifestar o hacer saber a alguien  mediante un código común al emisor y al receptor?
Y, sin embargo, cuando se le hablaba solía ser de forma tan ambigua que todo quedaba a la libre interpretación de quien escuchaba. Demasiadas posibilidades como para manejarlas todas a la vez. O demasiadas opciones para explorarlas una a una. Demasiado tiempo y esfuerzo sin saber si merecía la pena  su dedicación expresa en ese objetivo. Mejor dejar en manos del destino lo que tuviera que ser; no consideraba la idea de malgastar ese tiempo en algo que no era tan relevante. ¿Quería ese trabajo? Si, lo quería. ¿Le gustaba lo suficiente como para prestarle toda su atención y empeño en recuperarlo? No lo tenía tan claro. Le gustaba, si, pero suponía que era por falta de otro que le tentara más. Como se suele decir "En el país de los ciegos, el tuerto es el rey".

   Estas y otras ideas similares se formaban en su cabeza otorgándole cierta tranquilidad respecto al futuro inmediato. Buscar otro trabajo, por ahora, no era su prioridad. No estaría mal un período  vacacional donde distanciarse de la situación para tomar una perspectiva más amplia y realista.

Aquella misma tarde se encontró con su antigua compañera de piso, de quien hacía mucho tiempo  no sabía nada, y mantuvieron una relajada conversación sobre tiempos pasados, sentadas en una terraza y disfrutando de un estupendo día otoñal, mientras el mundo giraba a su alrededor con las prisas acostumbradas; como cuando congelas una imagen para observar mejor sus detalles; un remanso del río antes de volver a retomar la corriente.
"Podrías plantearte el trabajo autónomo; sin jefes ni nadie que te mande". No era una salida nada descabellada. Ya había estado trabajando como autónoma antes; conocía de lo que hablaba. Esa era justo su situación, de esto hacía ya más de siete años, cuando se presentó la posibilidad de trabajar en la empresa de la que acababa de ser despedida. Al principio no se mostró muy satisfecha de aquel cambio pero luego, con el correr de los meses, se había ido implicando más de lo debido hasta no querer dejarlo. Pero su amiga tenía razón; podría volver a planteárselo.
Ser autónoma implicaba para ella ciertas desventajas, aunque también le ofrecía bastantes posibilidades; tendría que estudiar esa opción y olvidar lo de buscarse un nuevo trabajo. De hecho, no le apetecía nada ponerse a buscar. No le desagradaba la idea de comenzar su aventura en solitario; sonrió y despejó de aquella manera sus oscuros pensamientos sobre la necesidad de trabajar. El resto del día lo dedicó a pasear, relajarse, disfrutar en la calle del buen día que se había presentado.

   Aquella noche se durmió de inmediato, soñando, sin ser consciente de qué pero con la sensación de haber sido  algo agradable por lo bien que se sentía al despertar. Un torrente de energía y buena disposición hizo que estuviera todo el día elucubrando posibles ideas que llevar a cabo en solitario. No buscaba nada que le reportara unos beneficios cuantiosos sino que se conformaba con mantener a raya sus deudas. Siempre había sacrificado el salario a la calidad de vida sin importarle la cantidad de dinero que pagaran con tal de  poder disfrutar de tiempo que dedicarse a si misma.
Buscando apoyo logístico para los papeleos necesarios que inevitablemente surgirían en su nuevo proyecto (había pensado en convertirse en articulista freelance) mantuvo varias conversaciones con distintas amistades y familiares que trabajaban por su cuenta y que podrían aconsejarla sobre lo que era más provechoso para ella. También visitó numerosas páginas web donde encontrar información de interés para lo que se proponía hacer. Aquella era una idea que le tentaba mucho y en poco tiempo ni recordó que había estado trabajando para otros.

   Se lo tomó con mucha calma y, mientras estuvo pensando y repensando cómo actuar y a quién acudir, dedicaba su día a documentarse sobre diversos temas de interés (o al menos a ella se lo parecían) que abarcaban diferentes ramas de la Sociología, la Historia (natural o social) así como diferentes tribus y subculturas. En realidad, se dejaba llevar por su curiosidad y por las tendencias que creía descubrir en la red. No obstante, debía vender sus artículos si esperaba vivir de ellos (lo que no quería decir que escribiera únicamente para lo que quisieran escuchar las personas que los). Tenía sus límites. Y sus principios. No todo valía. En caso de que no pudiera hacerse un hueco o no gustara a las editoriales no tendría más remedio que buscar otra forma de ganarse la vida.
Pero pasaba el tiempo y no acababa de convencer, a las diversas revistas, del interés de los temas que trataba en sus artículos (los cuales subía a su blog para que, al menos, vieran la luz después de tanto trabajo).
   
   Oculta tras un montón de libros, no era visible a quienes asomaban por aquella sala de la biblioteca. Esta vez, buscaba cualquier texto que le ayudara a comprender aquella parte de la historia  de la que hasta hacía poco no tenía mucha información - pero que a raíz de la lectura del libro "El imperio eres tú" despertó su curiosidad por conocer, de primera mano, a partir de documentos históricos oficiales - aunque no le sorprendió lo que leyó. De nuevo la barbarie se cebaba con las tribus indígenas. Allá donde fueran las personas "civilizadas" daban muestras de su más que evidente falta de escrúpulos y su nivel depredador frente a los más débiles. ¡Bienvenida civilización! Qué hipócrita y qué falta de contenido. ¿Quién se inventaría esa palabra? ¿O el problema era quién la había usado para tapar lo que realmente se hacía? Buscó en el diccionario el significado de civilización... y no pudo más que sonreír irónicamente ante lo que leía:
2. f. Estadio de progreso material, social, cultural y político propio de las sociedades más avanzadas.

También buscó lo que significaba la palabra civilizar:
1. tr. Elevar el nivel cultural de sociedades poco adelantadas. U. t. c. prnl.
2. tr. Mejorar la formación y comportamiento de personas o grupos sociales.
Con un gran suspiro, que lo mismo podía representar su hastío por la capacidad humana de degradar a otros seres de su misma especie como la repugnancia que sentía al leer aquellas escenas tan miserables y ruines, cerró el libro de un golpe y salió de allí con ánimo abatido.
Más tarde, se centró en buscar la etimología de dicha palabra descubriendo que no empezó a usarse en España hasta el siglo XVIII. Y según parece, por parte de petimetres para darse aires de modernidad. La estupidez humana no tiene límites.

   Había conseguido colocar alguno de sus artículos en diversas revistas digitales de poca monta pero su salario fue realmente escaso; con eso apenas podía sufragar gastos. Tendría que poner toda su inventiva a trabajar – y así adivinar lo que realmente interesaba a las editoriales - si no quería quedarse sin trabajo, de nuevo.
Pero su sorpresa fue grande cuando descubrió un mensaje de su antigua empresa. ¿Qué querrían? Bueno, fuera lo que fuera podía esperar, seguro. Y no volvió a acordarse de ello hasta que al día siguiente recibió una nueva llamada. Esto sí que le resultó curioso; parecía que mostraban interés en contactar con ella pero ¿Para qué? Ya le habían mostrado su intención de dejarla fuera del equipo así que no entendía qué querían ahora.

   Dejó pasar unas horas antes de llamar a su antigua empresa. Cuando por fin pudo comunicarse con su exjefe, le sorprendió que con la misma actitud en que había sido cesada de su puesto, se le estuviera invitando a volver. ¿Qué  decir? Su situación económica estaba un tanto delicada y optó por volver a intentarlo.
No hubo ningún tipo de "celebración" o atención particular por parte de ninguna de las personas con las que se reencontró; ningún comentario respecto a que estuviera o hubiera estado ausente; parecía no interesar a nadie. Todo volvía a ser como antes de que ella saliera de allí. Realmente, no entendía.

Al cabo de muchos meses de incesante trabajo, fue llamada de nuevo al despacho; y se volvió a repetir la situación: De nuevo despedida. Aquello la aturdió. Había vuelto a implicarse sin darse cuenta de que aquello podía  pasar. Esta vez, no le afectó tanto, aunque seguía sin entender. Dejándolo pasar se enfrentó de nuevo con diversas revistas digitales  ofreciendo, aquí y allá, algunos artículos que había dejado a medias en su anterior etapa de articulista.  Y no se sorprendió en absoluto cuando, al cabo del tiempo, volvió a recibir la llamada de la empresa para su reincorporación. Lo aceptó como algo, tal vez, inevitable. Entendía que era una situación absurda que podría cortar y dar por concluida  pero prefirió sacar provecho de ella. Podría compaginar ambos períodos y permanecer tanto en la empresa (cuando a esta le pareciera adecuado) como de forma autónoma.
Estos cambios los entendía y los asumía como ciclos completos que le daban la posibilidad de no saturarse ni con lo uno ni con lo otro.  Y así permanecía en tierra de nadie, sin comprometerse más de lo necesario – consciente de que para la empresa no sería más que una  pieza de repuesto - pero sin desconectarse del todo. No le parecía mal trato.
Anyway the wind blows...

kermit

                                                                              ENCORE

De nuevo, aquel torrente de ideas en ebullición buscaba su camino para emerger al mundo, para hacerse notar, transformadas en algo visible, aunque fuera virtual. Apresuradas, en oleadas, revueltas y sin otra finalidad que la de liberar la fuerza contenida, protagonizaban una fuga precipitada e incontrolada que surgía a borbotones  cada vez que encontraban un mínimo resquicio por el que  escabullirse. Parecía como si esperasen  una señal – que generalmente era cualquier momento de lo más trivial o precisamente, por serlo - aprovechando la lasitud y relajamiento en las murallas defensivas. Cuanto más tranquila se sentía  pensando que todo estaba en su sitio, mayor era el  peligro de fuga, encontrándose de sopetón con la desbandada general.
No entendía cómo podía autoengañarse tanto. Todo su autocontrol saltaba por los aires en cuanto desviaba la mirada por un segundo. Pero no era posible estar siempre en tensión. En algún momento debía distenderse si no quería quedar agarrotada de por vida, insensible ya a cualquier cambio. Permanecería rígida y sin capacidad de reacción. Además, suponía un extraordinario gasto de energías. No, aquello no podía suceder.

   Por eso, marchó en línea recta hasta ubicarse frente a la puerta - la misma por la que ya había pasado incontables veces y a la que acababa regresando una y otra vez por muchos cambios que introdujera en su recorrido. Al principio, descartando algunos atajos y retrocediendo conforme se encontraba con un obstáculo que le impidiera seguir. Metódica y secuencialmente iba eliminando, una a una, distintas posibilidades en busca de soluciones que le permitieran salir de allí. Perdida, en medio de aquel laberinto de alternativas, cuando creía que ya no existían más vías posibles por explorar, acababa encontrando cualquier sendero que la llevaba en una dirección no esperada y, quién sabe, si acaso prometedora – o al menos, esa era su esperanza.
Volvía a intentarlo. Respiró hondo antes de atravesar aquella puerta que tan bien conocía, sintiendo una nueva descarga de adrenalina. Se sentía nerviosa y desconfiada. Por no confiar, ni en ella misma. Todo se había vuelto tan irreal que no era capaz de separar lo cierto de lo simulado, confundiendo sus razonamientos, llevándola a un estado de shock o de bloqueo tal que era incapaz de decidirse. Dudaba de todo. No había punto de referencia al que acogerse, por lo tanto nada podía permanecer estable. Ni siquiera tenía definidos los límites. Así no se podía construir ninguna base sólida sobre la que erigir el más mínimo planteamiento lo suficientemente contundente como para sobrevivir a las sacudidas del destino.

   Esta vez, permaneció en su sitio durante largos minutos; primero, de pie; después, dejando caer el peso de su cuerpo sobre la pared; y, por último, sentada en el frío suelo. Allí quedó. Quién sabe si a la espera de algún acontecimiento que le ayudara a decidir o a la espera de un momento lúcido que le proporcionara una vía de escape: una acción, al fin. Se desesperaba al permanecer allí indecisa y se reprochaba no tener más claridad de ideas  ni capacidad de iniciativa.
Reprimió el impulso de salir corriendo hacia donde sus pies la llevaran. No, mal comienzo. Ya había experimentado aquella situación y no le había reportado nada bueno. ¿Y si lo intentara otra vez? No. No más huidas. Permanecería donde estaba hasta encontrar una solución convincente y bien fundamentada. El tiempo no era lo importante ahora sino el camino a seguir. Se acabaron los paseos sin rumbo y las rutas emprendidas para saciar su curiosidad. No más. Era lo más razonable, lo sabía. Y, sin embargo, ¡Le tentaba tanto volver a las andadas!

   Pasaron las horas y seguía sin decidirse. Su confusión había tomado una forma  tan abrumadora que pesaba sobre ella como plomo haciéndola hundir sus hombros e inhabilitándola para cualquier movimiento. Sentada y cada vez con menos fuerzas sentía pasar el tiempo como si no fuera con ella, con indiferencia casi.
Un ligero rumor de pasos hizo que aguzara el oído y cambiara su postura, mostrándose atenta y en tensión ante un posible encuentro con  personas desconocidas. En un acto reflejo, se levantó y comenzó a andar aceleradamente alejándose de  aquel rumor que, posiblemente, solo había sido un engaño de su mente aturdida. Paró y giró en redondo, para volver sobre sus pasos, pero su sorpresa fue mayúscula cuando al hacerlo no logró identificar el lugar donde se encontraba. ¡Tampoco había andado tanto como para perderse en un nuevo camino del que no reconocía nada! Fuera como fuera y sin saber cómo, en algún momento debía de haber salido al exterior porque ahora se encontraba en un terreno bastante rocoso y con pequeños arbustos desperdigados  aquí y allá. Empezaba a atardecer; mejor buscar un lugar donde pasar la noche. Tendría que subir al punto más alto que encontrara para reconocer el terreno y decidir hacia dónde encaminar sus pasos.

   Subió una pequeña loma y al llegar a lo alto quedó maravillada por lo que vio. Múltiples puntos luminosos iluminaban lo que parecía un camino. Restregó sus ojos por si el cansancio le gastaba una mala pasada con un espejismo ilusorio fruto de su deseo por llegar a algún sitio. Los abrió y fijó su mirada al frente. No, no era ninguna ilusión óptica. Se veían claramente: destellos luminosos que se encaminaban hacia cierto punto del horizonte, donde se perdían tras lo que parecía ser una gran roca.
Perdida toda su cautela y  prudencia por el agotamiento que suponía la tensión acumulada, sin pensarlo un segundo y sin necesidad de meditar lo que hacía, dejó que sus pies la condujeran hacia aquel camino, que la atraía como polilla a la luz, acallando cualquier sabio y conveniente consejo que su subconsciente le dictaba en forma de imagen mostrando una secuencia vista en uno de esos documentales de Naturaleza donde una concienzuda estratagema tejida por un hábil depredador acababa con la vida de un inconsciente insecto que se dejaba fascinar por una brillante luz, terminando irremediablemente en las garras de su presa.

   Conforme avanzaba por entre aquellas luces se sentía más relajada, sin perder del todo su prudencia y desconfianza;  aún al acecho de cualquier cambio que se produjera o tratando de prevenir posibles contrariedades que se fuera encontrando sobre la marcha. La noche fue apoderándose del cielo - quien apenas mostraba  una débil señal de lo que hasta hacía poco había sido un resplandor a su izquierda. No dudaba en su caminar; las luces eran claras y precisas en cuanto al sentido a seguir.
Por el momento, siguió andando sin preocuparse más en buscar refugio para pasar la noche; poco rato después se lamentaría por no haberlo hecho puesto que al cabo de varios minutos las luces empezaron a parpadear. Al principio fue como una señal, un indicio de su pronta desaparición. Tras dos o tres intentos en los que se apagaban brevemente a intervalos de apenas un segundo,  comenzaron a incrementar el ritmo hasta convertirse en un frenesí acelerado de luces que daban un aspecto festivo al entorno, lo que proporcionaba cierta sensación de bienestar.

   Pero aquello duró poco. Pronto se apagaron todas las luces para no volver a encenderse más. Y allí quedó, parada. El primer instante fue de incredulidad pero enseguida recuperó su ánimo y se dirigió hacia unas rocas en las que se había fijado, al pasar no hacía mucho, para guarecerse y hacer noche, si ese era el caso. No sabía si las luces volverían a iluminar el camino o si su desaparición era ya irreversible. Pero en lo que resolvía ese problema debía pensar en su bienestar inmediato y ello pasaba por buscar el lugar adecuado donde pernoctar. Retrocedió unos pasos y vislumbró en la penumbra de la noche una silueta de lo que ella creía eran las rocas que buscaba pero que en realidad era la entrada a un pasadizo que conocía bien. No era la primera vez que se había tropezado con él. Decidida y en parte contenta de encontrarse en zona conocida, recorrió unos cuantos metros y se dispuso a extender su saco de dormir y sus escasas pertenencias. Bebió agua; se acomodó; se tumbó a dormir. Mañana dispondría de otro día lleno de posibilidades.
Anyway the wind blows...

kermit

#64
Hoy he vuelto a verlo, como casi todas las semanas. Cada vez que lo veo siento un malestar que trato
reprimir pero que no puedo evitar. ¡Cómo es posible que las cosas hayan cambiado tanto como para hacerme sentir tan mal! Es una sensación muy desagradable. Cuando pienso en la cantidad de tiempo compartido que pasamos juntos, en armonía, me entran remordimientos y sentimientos de culpa al constatar la indiferencia que me recubre cuando aparece en mi vida. Reconozco que me avergüenzo de ello. ¿Soy una mala persona por sentir lo que siento?
En otro tiempo fuimos amigos y compañeros pero ya de eso no queda casi nada: unas meras palabras de cortesía entre nosotros. Aunque bien sé que yo soy quien más sufro por ello; quien lleva consigo el peso de la culpa y la desesperanza de no poder hacer nada contra estos sentimientos ingobernables que se niegan a mostrar un ápice de comprensión ante las continuas andanadas de vuelta a la normalidad y buena sintonía que prodiga quien otrora fuera como de mi familia y a quien tantas veces hice cómplice de mis confidencias. No, el tiempo no perdona. Tal vez enmascara, pero poco más.

   Aún recuerdo aquella tarde de primavera cuando seguíamos mostrándonos orgullosos de nuestra más que fortalecida amistad. ¡Qué ingenuos y qué vanidosos! Caímos en el error de pensar que seríamos capaces de tolerar cualquier situación porque nuestra amistad estaba por encima de todo. Y era cierto, lo estaba. Pero aquello era un TODO demasiado grande como para asumirlo.
Nunca habíamos peleado por cuestiones de dinero ni por cualquier propiedad o pertenencia, sin importarnos que él fuera mil veces más rico que yo – de hecho, él era quien  pagaba generalmente las copas, las entradas, las comidas.... Eso nunca supuso ningún obstáculo: yo era un mísero trabajador a tiempo parcial y él era hijo de una familia más que adinerada. Lo teníamos asumido y ni siquiera era tema de conversación.

   Nos juntábamos cuando caía la tarde, sentados en una de las mesas de aquel bar que con tanta  gratitud nos acogió  y de cuyo nombre no me acuerdo. Algo relativo a las brujas o los calderos o qué se yo. Una palabreja que me sonaba a extranjera pues no la había escuchado hasta entonces. Además ¡Qué tipo de nombre era ese para un bar! Recordaba que tenía una k... "Ake" y algo más. ¿Acaso éramos magos o teníamos la intención de serlo? Siempre me sonó de lo más absurdo, pero nunca dije nada por temor a herir sensibilidades. Al fin y al cabo, me considero un buen hombre; no hay por qué ofender si no es necesario. Y el dueño del local me caía simpático.
Aunque no olvidaré su expresión de máxima desolación  cuando, aquella tarde, abandonamos el local  medio derruido escapando de una posible muerte por la explosión de aquella pequeña bombona de gas que no debería estar allí.

   No llegó a aclararse del todo su procedencia. Algunos juraban haberla visto desde hacía varios días y otros apenas recordaban ni que hubiera un pequeño trastero tras la barra. Pero yo si supe quién la puso allí y por qué. Él la puso. Iba a ser una divertida broma de la que no se dejaría de hablar en mucho tiempo. O de eso se trataba, como me había asegurado repetidas veces aquella misma noche en estado de embriaguez  y bajo el peso de la culpa.
No debería haber pasado lo que pasó. No sabía que hubiera nadie oculto allí detrás. ¿Cómo iba a imaginarse que el dueño del local iba a tener una hermana gemela drogadicta que acudía cada cierto tiempo a buscar su pequeña porción de humanidad? (Su hermano le preparaba una compra de alimentos que debían servirle para pasar la semana sin necesidad de tener que asistir a ningún centro asistencial. La única condición era que no fuera en horas de trabajo). Por eso estaba allí cuando no debía y por eso acabó en la ambulancia con quemaduras en gran parte de su cuerpo.

   Él reparó los daños generosamente y el bar volvió a ser lo que era pero aquella mujer nunca volvió a recuperarse del todo y a los pocos meses murió de sobredosis. Aquello influyó excesivamente en el ánimo de mi amigo quien acabó escudándose bajo el alcohol y las drogas para evadirse de la pesada carga que suponía su responsabilidad en el caso.
Progresivamente fue hundiéndose más y más en su propia espiral de autodestrucción alejándose de mí - que trataba de ponerlo en orden y obligarlo a reorganizar una vida que veía fracasar y desperdiciar -  mostrando una personalidad débil y pusilánime que no me dejaba indiferente.

     Con el tiempo, entendí que no había nada que hacer y dejé que viviera su vida como quisiera aun presagiando una deriva bastante incierta, cosa que era fácil de adivinar debido a las noticias que a veces me llegaban por parte de amigos que nos eran comunes a ambos. Al principio sentí rabia e impotencia al ver que no era capaz de hacerle entender pero, conforme pasaban los días, asumí que estaba fuera de mi alcance por mucho empeño que pusiera en ello no quedándome más que asistir a su inevitable caída en desgracia.
Supongo que ver lo que había sido y en lo que se había convertido era algo difícil de digerir para mi. Era la viva imagen de lo que yo no querría llegar a ser.
Anyway the wind blows...

kermit

                                                                UNA TARDE OCIOSA

   La tarde, lluviosa, gris y fría, no invitaba a salir. Decidieron quedarse en casa, junto a la chimenea. Ninguno tenía una idea clara de lo que podrían hacer para llenar aquellas horas hasta que la noche  llegara  mirando, hipnotizados, el fuego en su infinita danza, con su chisporrotear intermitente mientras pensaban algún entretenimiento que les sacara de su monotonía. Los cuatro amigos habían pasado juntos buena parte de sus vidas y se conocían de aquella manera en la que con un solo gesto se expresaba una idea compartida por todos ellos.
Aquella mirada no gustó demasiado a Gustavo pero entendía que tendría que ceder, por ahora. Encogiéndose de hombros aceptó la propuesta y todos se dirigieron al desván entre risas e insinuaciones.

   No era la primera vez que subían allí pero si la primera vez que lo hacían desde que eran pequeños - cuando su imaginación engrandecía y descubría sombras siniestras donde solo había muebles baratos y algún que otro arcón de madera repleto de trastos y sábanas viejas. Como bien había supuesto, la magia de aquel otrora asombroso mundo  por descubrir no impresionó a ninguno de los presentes, sino más bien todo lo contrario, flotando en el ambiente  cierto ánimo de decepción.
"No entiendo qué hacemos aquí" – dijo Carlota enfadada. "Ya sabéis que no me gusta nada toda esta tontería de historias sobre desvanes y sus supuestos misterios. No son más que pamplinas de niñatos". Germán, siempre solícito, trató de calmarla recordándole que ciertamente ya no eran unos críos pero lo único que consiguió fue una mirada de reproche que tuvo el efecto de cortar en seco su  incipiente sonrisa conciliadora. Desvió la mirada y se mantuvo alejado de ella.

   "Vamos, Carlota. Ponte en situación. Estamos aquí, aburridos,  sin nada que hacer hasta las ocho, ¡Qué menos que tratar de amenizar la tarde de alguna manera!". Y dándole un empujón cariñoso con la cadera, Julia se dirigió hacia uno de los arcones que poblaban el desván para curiosear dentro. Al principio se resistía y no pudo abrirlo. Gustavo se acercó a ayudar y al rato estaban mirando el interior sin mucho interés – gracias o, más bien, a pesar de  la escasa luz que aún entraba por un pequeño ventanuco. Su contenido se resumía en un par de sábanas; una mantelería incompleta; una caja llena de abanicos de colores; algún vestido o camisón; unos cuantos pantalones; y pañuelos. "Nada interesante, como pensaba", espetó Carlota a la vez que sacaba una de las sábanas doblabas que estaban apiladas a un lado del arcón, para demostrar su afirmación, levantándola súbitamente y haciendo que algo rodara por el suelo. Debía ser algo pequeño porque apenas hizo ruido. "Hala, ya tenéis con qué entretener la tarde: A ver quién encuentra lo que sea que se haya caído."
"No creo que merezca la pena ponerse a buscar lo que posiblemente sea un simple botón", dijo Germán con deje mohíno. Todos aceptaron esa hipótesis como la más factible y olvidaron la búsqueda. Guardaron de nuevo todo en el arcón y se acercaron al siguiente para descubrir su contenido, aunque con escasas perspectivas de encontrar nada de interés.

   Éste estaba bien cerrado con llave. Tenía echado un candado de poco calibre pero lo justo como para no dejar observar su contenido de modo inadvertido. "Seguro que la llave está en algún llavero de los que tienes en el mueble ese tan pasado de moda que hay en el salón. Voy a bajar a ver" - dijo Carlota para salir de aquel aire viciado – Y sin esperar confirmación del dueño de la casa,  bajó las escaleras dirigiéndose al salón cantando aliviada. Regresó minutos después de que se escuchara ruido de cajones abriendo y cerrándose así como el ir y venir de pisadas en la planta inferior. Como no tenían nada mejor que hacer, mientras esto sucedía bajo sus pies se dedicaron a buscar lo que pensaban sería un botón o lo que quiera que fuera había caído al suelo. La poca luz que antes iluminaba, en parte, el desván había dejado de ser tan intensa pasando a convertirse en un tenue tono ceniciento que apenas dejaba adivinar los trastos que allí se albergaban sin que ellos fueran conscientes de la oscuridad que les rodeaba hasta que Carlota, de repente, encendió el interruptor de la luz mientras, con voz triunfal, pregonaba "¡La tengo!".
Los tres amigos que permanecían en el desván dieron un respingo y le lanzaron miradas recriminatorias obteniendo por toda respuesta la imagen de una pequeña llave - exhibida en alto - que formaba parte de un llavero bastante herrumbroso.

   Todos se acercaron expectantes al arcón deseando que, esta vez, obtuvieran algún resultado pero, al abrirlo, no hubo exclamaciones de sorpresa o de júbilo. Ni siquiera de consternación o decepción. No esperaban encontrarlo casi vacío. Apenas contenía dos o tres libros y algunas cartas, amarillentas por el paso del tiempo. Solo cuando sacaron los libros y las cartas, encontraron una pequeña caja que había permanecido semioculta en el fondo. Era una de esas cajas de galletas, de latón, que se usaban antiguamente para guardar diferentes objetos de pequeño tamaño - o lo que en realidad encontraron allí dentro: imágenes en blanco y negro de personas y lugares que no conocían.
Decidieron bajar al salón para poder ver las fotografías cómodamente sentados  al  calor del fuego.

   Gustavo apenas reconocía a aquellas personas que ofrecían a la cámara sus sonrisas más radiantes. En algunas de ellas estaba escrito, por detrás, algún nombre de personas o lugares que ayudaba a asociarlos bien con la familia, bien con algún momento puntual de sus vidas. En una de ellas aparecía un joven de aspecto afligido - alto, moreno y no especialmente apuesto - con una carta en la mano (caída, como si estuviera sosteniendo algo muy pesado) mientras su mirada se perdía en las nubes que se acercaban por su lado  derecho. Había un nombre escrito en el anverso con letra que parecía de mujer: Matías.
Por mucho que hiciera memoria, Gustavo no pudo recordar ningún familiar cercano o lejano con semejante nombre. Y todo hubiera quedado en eso si no fuera porque, acabadas las fotografías, siguieran con el ánimo aburrido y deseoso de actividad.

   "Os propongo un reto: Quien sea el primero en encontrar el botón ganará ..." – Gustavo dejó en suspenso sus palabras mientras pensaba rápidamente en algo interesante que ofrecer. Al principio quedaron mirándose unos a otros para comprobar el efecto que tenían estas palabras en los demás y al poco,  todos, incluida Carlota, corrieron escaleras arriba - entre risas y  bromas –  sin esperar siquiera a acabar de escuchar en qué consistía el premio y pugnando por ser la primera persona en subir. Julia llegó antes (le había cedido el paso Germán mientras utilizaba un placaje impostado sobre un Gustavo que maldecía con indignación para dar más realismo al momento).
En cuanto llegó se lanzó a la búsqueda del tesoro tropezando con uno de los tablones de madera del suelo, que sobresalía sobre el resto. Los demás se fueron acercando al arcón por diferentes lados mirando por aquí y por allá.

   Palparon el suelo por debajo de los muebles por si estuviera allí oculto  descubriendo al final su escondite. Pero no era un botón. Girándolo en la mano, Germán lo miraba con expectación. "¿Miguel? ¿Quién es ese?" preguntó en dirección a Gustavo quien  cogió el objeto que le entregaba aquel examinándolo extrañado. Era un anillo muy sencillo,  tipo alianza.
"No recuerdo ningún Miguel en mi familia – dijo pensativo – Tal vez fuera algún amigo de la familia. Pero ¿Qué hace aquí este anillo? Tendré que preguntárselo a mis padres para que se lo devuelvan a su dueño, si aún está vivo."

   Aún quedaba una  hora hasta que  llegaran los demás. Aquella noche iban a celebrar una cena familiar a la que estaban invitados. Sería una buena ocasión para hablar de Miguel y averiguar quién era. En el ínterin, Julia sugirió que leyeran las cartas que encontraron junto a las fotos por si de allí sacaban alguna pista de quién podía ser. Aceptada la propuesta,  cada cual cogió una carta - que fue leída por encima fijándose únicamente en encontrar escrito el nombre no prestando atención al contenido - sin dar con ninguna referencia ni indicio de su identidad. Contemplaban la posibilidad de que en alguna de ellas apareciera su nombre vinculado con el de alguien de la familia o que incluso fuera un antiguo novio de alguna de las mujeres de la casa. 
Pero no encontraron nada por lo que, ante la cercanía de la cena, guardaron las fotografías y las cartas en uno de los cajones del mueble que ocupaba gran parte de la pared del salón y cada cual fue a prepararse para salir.

   Estaban sentados junto a los padres de Gustavo, más o menos en el centro de la mesa, lo que les permitía mediar en diferentes conversaciones. Cada cual trataba de encaminar la conversación hacia la familia y sus antepasados sin que ninguno de los intentos que hicieron por profundizar en el asunto acabara en nada puesto que a nadie le interesaba hablar de ese tema esa noche.
"¿Qué os pasa con la familia? ¿Estáis muy interesados en algo en particular?". Era el abuelo quien se dirigió a ellos cuando, acabada la cena, pasaron a tomar las copas formando grupos diversos de animadas conversaciones. Gustavo le contó el anillo que habían encontrado y se preguntaban quién era ese tal Miguel del que no tenía noticias. La actitud de su abuelo cambió. Su semblante se tornó ligeramente pálido y parecía estar soñando despierto cuando en tono triste pronunció su nombre, "Miguel", alejándose de ellos inmerso en sus propios pensamientos.

   Aquello no hizo sino acrecentar aún más la curiosidad de los cuatro amigos sin que se atrevieran a comentar nada más aquella noche, la cual  pasó tranquila y animada,  olvidando todo rastro de la historia del anillo.
A la mañana siguiente, Gustavo encontró sobre la mesa del comedor un sobre con su nombre escrito. Reconoció la letra al instante y se apresuró a leer su contenido. Tras  su lectura no pasaron muchos minutos hasta acordar con sus amigos un encuentro en el sitio usual.

"Y esto es lo que me encontré esta mañana encima de la mesa" – decía Gustavo mientras sacaba un sobre del bolsillo de su chaquetón verde. En la carta, su abuelo le explicaba que no debía volver a mencionar dicho nombre nunca más. A cambio, él le hacía un relato, más o menos extenso, de lo que había sucedido.
Por lo que contaba, Miguel era el hijo de un compañero de su tatarabuelo que tuvo más que amistad con algún miembro de la familia y cuya relación  fue cortada por este no se sabía muy bien por qué. Tal vez  cuestiones políticas que enfrentaban a ambas familias. Al parecer, algo imperdonable para la época. Y la cosa se complicó aún más cuando lo encontraron muerto en su cuarto. Se había suicidado.

   "No fue hasta más tarde – continuó hablando Gustavo – mientras recogía las fotografías para devolverlas a su sitio, cuando caí en la cuenta de que mi abuelo tiene un nombre compuesto". Todos se le quedaron mirando sin comprender qué importancia podía tener aquello. "Salvador Matías" – insistió Gustavo. Nada, seguían sin reaccionar.
"¡Explícate ya de una vez, hombre! – presionó Carlota, irritada – "Deja de hacerte el interesante y cuéntanos de una vez lo que pasó".
Gustavo les llevó de nuevo al momento en que subieron al trastero y dejó que la idea penetrara poco a poco en su cabeza. El anillo. La fotografía. ¿No entendían aún?
"Mi abuelo era el joven de la fotografía. Matías. Estaba leyendo la carta en la que le comunicaban el suicidio de Miguel – su querido Miguel".
Anyway the wind blows...

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LAS CASUALIDADES NO EXISTEN

Todo empieza en algún momento, ¿por alguna razón o por casualidad? Mientras se hacía consciente de este dilema recordó que algunos de los experimentos científicos que luego habían derivado en grandes descubrimientos surgieron por "error"; fueron fruto de la casualidad. Ahí estaban los rayos X, la penicilina o el microondas. En fin, ejemplos había, variados y en distintas disciplinas. Si, todo acaba encajando (aunque no sea de la forma esperada).
Lo mismo podía decirse de varias de las afortunadas "casualidades" que le había deparado la vida. Al principio se sintió molesta con varias situaciones "inconvenientes" que al poco tiempo demostraron lo acertado de su oportunidad al convertirse en trampolín para ampliar y explorar otras alternativas no planificadas o, directamente, ni tan siquiera consideradas. Había sacado provecho de una desventaja inicial. Y no había sido solo una sino varias las veces que esto le sucediera a lo largo de su vida. ¿Quién no había experimentado algo parecido?

Esos eran sus pensamientos mientras ocupaba su tiempo a la espera de que  llegara su turno. Contemplar a las personas que deambulaban por aquel callejón se acabó convirtiendo en un pequeño estudio  sobre la humanidad  y sus diferentes personalidades o maneras de hacer y ser. Aún faltaba su buena media hora para entrar en el edificio pero como no resultaba nada práctico, a nivel de tiempo, ir y volver a su casa o a cualquier otro lugar o actividad que le apeteciera desarrollar, decidió quedarse allí sentada respirando el aire fresco de  aquel mediodía.
Lo que no sabía era que aquel entretenimiento le ofrecería la opción de resarcirse de maltratos y menosprecios pasados. ¿Así de fácil era? Se sorprendió de lo rápido que se había desarrollado todo una vez comprendió cuál era la situación.

   Sus días se desarrollaban tranquilos; nadie diría que en su interior bullían semejantes ideas y nadie la culpó por aquella "desafortunada casualidad", como solían llamar al incidente las personas bienintencionadas con las que se rodeaba – aunque ella sabía que fue algo deliberado y que no tendría mayores dificultades en ocultar lo que realmente había pasado.
No, las casualidades no existen. Tenía la prueba. Todo el mundo había sido engañado e incluso ella misma estuvo a punto de creérselo si no fuera porque recordaba perfectamente cómo se había desarrollado todo.

La vio pasar tan cerca, con esos aires de superioridad que siempre la rodeaban, que pensó que era su momento; no tenía otra opción. Atropellarla no le había supuesto ningún remordimiento. Sabía que se lo merecía. No había sido muy cuidadosa cuando le quitó el novio y encima se lo había restregado por la cara haciéndola aparecer como una idiota delante de todas sus amistades. Ella pagaría por tantas injusticias y vejaciones que había tenido que soportar a lo largo de su vida. La misma que ahora recuperaba su  esplendor al verse dueña de la situación.
Estuvo perfecta. Escenificaba a la perfección su rol de persona insustancial que se había tropezado con la desgracia en su camino por la vida. Una lamentable circunstancia que haría que su mundo diera un vuelco inesperado. Esa era su baza, que jugaba con maestría.

No tenía más que aparentar cierta confusión y mostrarse medio alelada, como ausente, incoherente; lo que en según qué zonas se suele decir de alguien de pocas luces. "Le falta un hervor".
Y precisamente, esa debilidad de carácter, ese parecer una mosquita muerta-  medio inútil a la sociedad y desvalida -  es lo que le había servido como coartada para  su gran actuación. "No señor, yo no vi que pasara nadie. El sol me cegó"; esto fue lo que declaró ante el juez aconsejada por su abogada, quien nunca puso en duda su versión de los hechos.

   El juicio fue muy breve y la sentencia no sorprendió a nadie: Homicidio imprudente. La sanción también cabía dentro de lo esperado al ser persona sin delitos previos con condena inferior a dos años; se libró de la cárcel. Ya le había informado su abogada cuál sería la sentencia más probable cuando, pensando que no merecía la pena malgastar su tiempo en mayores explicaciones puesto que la persona que tenía frente a ella apenas entendía lo que se le decía, había hecho un resumen muy escueto de la situación mientras le mostraba unos papeles donde se apoyaba su argumentación: "Los jueces o tribunales, mediante resolución motivada, podrán dejar en suspenso la ejecución de las penas privativas de libertad no superiores a dos años cuando sea razonable esperar que la ejecución de la pena no sea necesaria para evitar la comisión futura por el penado de nuevos delitos".
Salió de la sala arropada por su abogada de oficio quien sintió pena por aquella mujer que se mostraba tan ajena a lo que le rodeaba. "Pobre, pensó, este tipo de personas en este mundo en el que vivimos están tan desprotegidas...". Y mientras se alejaba de ella por el pasillo se felicitó de la suerte que tenía por contar con unas capacidades aptas para enfrentarse al día a día y salir airosa ante las visicitudes a las que le enfrentaba la vida. No pudo ver la  sonrisa oculta que se dibujaba en el rostro de su defendida mientras salía de los juzgados con la satisfacción de comprobar lo fácil que había resultado todo.

   Parada ante el espejo, que ocupaba el extremo de la pared del pasillo y que quedaba frente a la puerta de entrada a su dormitorio, miraba sin ver aquel cuerpo desnudo que ofrecía pequeños detalles a quien deseara observar con detenimiento: el lunar que se encontraba en su espalda, debajo del cuello; los prominentes huesos de su clavícula; la marca de una vacuna reciente o la palidez  de su piel. Solo cuando sintió un escalofrío, que recorrió por completo su cuerpo, se percató de su desnudez siendo consciente de la necesidad de cubrirla para evitar una enfermedad no deseada. "Solo faltaba que ahora que me libro de la cárcel acabara encerrada en un hospital", pensó con socarronería.
Abrió la puerta del armario y descolgó maquinalmente la ropa que recubriría ese día su cuerpo mostrando una imagen anodina y sin nada que destacara, como era su costumbre. Prefería pasar inadvertida ante los demás y nada mejor que una imagen neutra para convertirse en invisible. Semejante aspecto serviría para corroborar ante cualquiera que era una pobre desgraciada a quien la casualidad le había llevado a encarar aquella difícil situación.
Anyway the wind blows...

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GRIS

En aquel camino, cubierto de un manto de hojas secas arrastradas por el viento desde los árboles que bordeaban el riachuelo que transcurría tranquilamente cercano a la aldea, podía escuchar cualquier pisada indiscreta que se acercara. Aguzados sus sentidos, terminó el trabajo que le habían encomendado y volvió a su coche con aquel paquete maloliente y extrañamente pesado para su tamaño. Los días pasados bajo tierra habían hecho mella en las gruesas telas que lo recubrían.
No sentía ninguna curiosidad por aquel objeto que reposaba en el asiento del copiloto sobre un plástico que ella misma había extendido con el fin de  no ensuciar ni dejar rastros de su pestilente olor. Lo que había despertado su curiosidad había sido quien le pidiera el favor. ¿Por qué no podía acercarse esa persona a recogerlo ella misma? Si tanta prisa tenía por contar con ese objeto lo mejor que podía hacer era ir en persona a buscarlo. Además,  las explicaciones que le había dado no le habían satisfecho en absoluto; más bien le parecieron excusas. ¿Entonces, por qué se había prestado ella a hacer ese recado? Posiblemente por aburrimiento; o por salir de aquel opresivo ambiente; o por considerar que en parte se lo debía; o vaya usted a saber. Había ido porque quería. Y ya está.

   Cuando llegó a su destino, rodeó el coche y abrió la puerta del copiloto con intención de recoger el paquete, que debía ser conservado en una caja hasta que se lo pidieran. No era muy grande así que  podría encontrarla con facilidad en su propia casa. Una simple caja de zapatos bastaría. Era pesado pero no tanto como para no poder guardarlo dentro de ella.
Como iba dando vueltas a todas estas ideas  en su cabeza no se preocupó de  ver dónde ponía el pie,  tropezando en la acera y  teniendo que apoyar su mano para no caer de frente. El paquete quedó suspendido en el aire, por un momento, hasta chocar contra el suelo con un sonido sordo. Menos mal, no parecía que fuera nada delicado que hubiera podido romperse en pedazos. Y aunque así fuera, nadie le había especificado nada al respecto.

Al ir a levantarlo del suelo parte de su contenido se deslizó por una esquina del trapo, que se había abierto con el impacto. Una piedra. Pequeña. Gris. Igual a cualquier otra piedra de las que se podían haber recogido en la ribera de un río. Un guijarro, vaya. No le dio ninguna importancia a este suceso y volvió a colocarlo en el interior de aquella apestosa envoltura. Apuntó  mentalmente que sería buena idea meterlo dentro de una bolsa antes de depositarlo en la caja de zapatos. Aquello desprendía un olor penetrante mezcla a humedad y putrefacción. Supuso que así es como debían oler las sepulturas abiertas pasados varios días.
Este recuerdo le hirió profundamente. Sepulturas, como la de su madre. Apenas habían unas semanas desde su muerte.

Siempre había mantenido una actitud entre divertida y asombrada respecto a las, tan a veces, absurdas asociaciones que hacía su cerebro ante los más insignificantes sucesos del día a día. Sin embargo, en ese momento, no le pareció ni una cosa ni la otra; el recuerdo de su madre en el hospital, consumiéndose día a día, la atrapó con fuerza  mientras dejaba a su paso un reguero de lágrimas silenciosas que recorrían sus mejillas hasta el borde mismo de su mentón precipitándose a continuación hacia el acerado de cemento que discurría a lo largo de aquella calle de su edificio.

Ahora sentía más pesado aquel paquete. No le agradaba la idea de tenerlo en la casa por mucho tiempo. Sacó el móvil para llamar enseguida a su tío. "Ya lo tengo. ¿Te lo puedo llevar ahora? No me gusta tenerlo cerca." Se escuchó un hondo suspiro y se hizo un silencio pesado que le pareció duraba demasiado. "¿Lucas, pasa algo?" De nuevo ese silencio incómodo se instaló entre ambos.
"Lo siento, Andrea, no puedes traerlo aquí. Es tuyo. Tu madre me pidió que te lo entregara pasadas varias semanas tras su ... - sus palabras quedaron suspendidas en el aire, desconcertadas, sin saber bien qué hacer – su desaparición". Andrea miró el móvil con aprensión como si él pudiera darle la respuesta que esperaba pero no quisiera hacerlo. Colgó sin despedirse y se quedó allí parada, contemplando indecisa el paquete que mantenía en sus manos.

Un último mensaje de su madre, pensó. Le entró un escalofrío repentino y se sintió mareada mientras un  vecino del bloque pasó a su lado deseándole un buen día antes de salir corriendo en dirección hacia su coche.  Ironías de la vida que le hicieron salir de su estado de estupor y reír a carcajada limpia liberando sus temores.
Más relajada, subió hasta su piso donde colocó aquel paquete sobre la mesa de cristal del salón como si de un cuerpo sin vida de algún pequeño animal se tratara. Posó su mirada sobre él con ternura. Ya no era un simple pedazo de trapo con piedras en su interior sino que representaba un recuerdo de su madre y, como tal, lo cuidaba con esmero. "A ver qué me tienes preparado ahora, mamá.", dijo en voz alta mientras se desembarazaba de su abrigo y soltaba el bolso en el sofá.

   Delante de aquellas piedras, se quedó extrañada pensando en su significado. No recordaba ningún día en que hubiera ido a recoger piedras al río o nada que tuviera relación con eso. 13 piedras. Todas ellas de tamaño similar excepto una, más grande y redonda, que  tenía otros matices de color, como si fuera una intrusa entre las demás. El número tampoco representaba nada para ella. Su madre nunca fue aprensiva con los números, le gustaban todos (aunque tenía su preferido).
No sabiendo qué hacer con aquello lo guardó en una caja, tal y como tenía planeado, y se centró en buscarle sentido al número 13 ayudándose de las sugerencias ofrecidas por el buscador: algunas absurdas, otras más acertadas.

"En la cultura popular al número 13 casi siempre se le ha concedido un significado fatídico, sin embargo este enigmático y mágico número es mucho más que un posible símbolo de mala suerte. (...) Y en ellas también se habla de que, en realidad, el número 13 es un número sagrado, que representa un renacimiento tras la muerte". Esto le llevó a pensar en la absurda idea de que su madre podría estar viva pero no podía hacerse notar y así se lo comunicaba. Absurda esperanza que dejó de lado con un hondo suspiro.

Estuvo gran parte de la tarde repasando páginas de diversa índole; descartando aquellas tendenciosas y más bien catastrofistas que en nada se asociaban con el carácter reflexivo y optimista de su madre. Igualmente descartó toda simbología religiosa u oscurantistas.
"A nivel simbólico, el número 13 está asociado al arcano de la muerte. Cuando hablamos de la muerte en el terreno esotérico o espiritual nos referimos a ella como un cambio, no como un final. Desde nuestra perspectiva limitada tendemos a asociar la muerte como algo negativo, pero desde un punto de vista ilimitado y en la búsqueda del sentido de la vida la muerte es sólo un camino hacia un estado superior". ¿Un estado superior?, pensó. ¿La reencarnación? ¿Me la encontraré algún día convertida en pájaro o mariposa? Seguro que si existiera la reencarnación sería un alma libre, se dijo a si misma en el silencio de aquel salón solo iluminado por los macilentos y tenues rayos solares del atardecer".

Desechó rápidamente aquellos pensamientos y probó suerte con otra página "El múmero 13 tiene una característica que muy pocos números tienen, pues forma parte de los números con que trabaja la proporción Áurea y la progresión Fibonnaci. Son los números que la Madre Naturaleza utiliza cada día en la construcción de todo lo que nos rodea".  ¡Ah, una percepción científica! Eso sí  sería de su agrado. Probó a buscar y profundizar más en esa vertiente.
Una página llevó a otra hasta conectar con Goethe y su Teoría de los colores. Siguió leyendo con interés pese a que la luz de la pantalla del ordenador ya le tenía la vista cansada y apenas leía bien.
"Según Johann Wolfgang Von Goethe, lo que vemos de un objeto no depende únicamente de la materia que lo compone, ni tan sólo de la luz tal como la entendió Newton, sino que depende también de otra variable: la percepción que tenemos del objeto en cuestión.
Atributos que Goethe asoció a cada color:
AZUL: El azul es un color que asociamos a la calma y tranquilidad. Además, al recordarnos a cielo y el mar, automáticamente nos aporta la sensación de libertad e infinidad.
ROJO: La intensidad de este color nos inspira excitación y pasión. Al mismo tiempo, tienen un efecto de energía e impulsividad en nosotros.
AMARILLO: El color del optimismo y la alegría por excelencia. Al asociarlo con el sol, nos inspira vida, luz y nos da un extra de energía para afrontar los días.
VIOLETA: El violeta es el color asociado al misterio, la meditación y nos aporta una sensación de melancolía.
NARANJA: Felicidad, diversión y sociabilidad son algunas sensaciones que nos inspira este color. Se trata de una tonalidad asociada a la niñez gracias a su característica de bondad.
VERDE: El color de la naturaleza por excelencia es el verde. Asociado directamente con la primavera y la esperanza. Se trata de una tonalidad que nos transporta a un lugar al aire libre y de aire puro"
.
   
Con esto, dio por concluida su búsqueda. No podía más. Se recostó en el sofá pensando en todo lo que había leído quedando pronto sumida en tal reflexión que no podía discernir si era sueño o realidad.

Despertó con el espíritu inquieto. Notaba que se acercaba a algo pero que, como una idea confusa y poco definida, se le escapaba de las manos. Estaba en camino, de eso no tenía dudas pero, ¿Qué era lo que realmente buscaba? Con un té aún humeante en la mano se sentó de nuevo frente a la pantalla de su ordenador. Esta vez se centró en búsquedas a partir de la Teoría de los colores de Goethe. Tras varias páginas acabó enlazando con una que llamó su atención.

"Psicología del color. Cómo actúan los colores sobre los sentimientos y la razón"
Eva Heller
"¿QUÉ SON LOS COLORES PSICOLÓGICOS?
El color es más que un fenómeno óptico y que un medio técnico. Los teóricos de los colores distinguen entre colores primarios —rojo, amarillo y azul—, colores secundarios —verde, anaranjado y violeta— y mezclas subordinadas, como rosa, gris o marrón. También discuten sobre si el blanco y el negro son verdaderos colores, y generalmente ignoran el dorado y el plateado —aunque, en un sentido psicológico, cada uno de estos trece colores es un color independiente que no puede sustituirse por ningún otro, y todos presentan la misma importancia"
. Dejó de leer. ¡13 colores! ¿Será esto lo que quería transmitirme? Nerviosa, prosiguió la lectura.
"El rosa procede del rojo, pero su efecto es completamente distinto. El gris es una mezcla de blanco y negro, pero produce una impresión diferente a la del blanco y a la del negro. El naranja está emparentado con el marrón, pero su efecto es contrario al de éste. Ésta es la razón de que en este libro se estudien estos trece colores psicológicos, que de hecho son más que los que suelen tomarse en consideración en otros libros sobre los colores."
Rápidamente escribió en el buscador el nombre del libro citado. Esa tenía que ser la clave. ¿Pero, para qué?, no lo sabía.

   Encontró una entrada que le sirvió para descargar el libro en formato PDF y se afanó en buscar sentido a lo leído relacionándolo con las 13 piedras de su madre. Cada capítulo estaba dedicado a uno de los trece colores. Probó suerte con el color favorito de su madre, el plateado. Asociado a la luna, como no. No se sorprendió de dicha relación.
El libro tenía tantos apartados y tantos datos curiosos respecto a los diferentes colores que se olvidó de lo que realmente había motivado su búsqueda. Siguió leyendo de aquí y de allá hasta saciar su curiosidad.  Finalmente, se dirigió hacia la mesa donde había depositado las piedras, abrió la caja y extendió su contenido. 13 piedras, 13 colores. Sí, eso estaría bien. Al poco tiempo, tenía una idea clara de lo que se proponía aunque necesitaría salir a comprar algún material adicional para completar su idea.

Una vez concluida su tarea, se fue a buscar un recipiente de madera. Al día siguiente, ya seca la pintura, dispondría las piedras en círculo con su piedra central plateada. Sería un bonito recuerdo. Lo que no lograba entender es cómo su madre había podido saber que llegaría a semejante conclusión. ¿Sería eso lo que ella hubiera querido? Seguramente. Como siempre, había transformado la perspectiva de una situación adversa  para sacar lo positivo.  Muy típico de su madre.
Anyway the wind blows...

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#68
EL CAMINO



He decidido borrar mis pasos para comenzar un nuevo camino.

         Ayer, me detuve en medio de mi caminar al darme cuenta de que ya no sabía hacia dónde me dirigía. Simplemente  deambulaba. Tuve que retomar mis pasos en el sentido contrario al de la marcha provocándome, a la par, cierta alegría por reencontrarme  y, también, cierta angustia al comprender que mi caminar había sido errático. ¿Dónde iba yo? ¿Qué motivó mi marcha? ¿Y por qué lo había olvidado? ¡Cómo se puede olvidar algo así! ¿¡Y tan de repente!?
Pensando en todas estas cuestiones no era consciente del trayecto recorrido hasta que me topé con una verja que bloqueaba mi paso. Más allá de ese límite no había rastro de huellas. Tampoco lograba recordar aquel paraje en el que me encontraba. ¿Desde cuándo había una cancela en medio de la nada?

        Fuera como fuese, no era un gran impedimento puesto que se podía salvar con cierta facilidad. Pero, por alguna extraña razón, no quería traspasar aquella entrada en concreto sin que me hubieran dado un consentimiento expreso. No me gusta meterme en donde no me llaman. Si está cerrado será que no se quiere que entren personas desconocidas. Y yo era una desconocida. ¿O no?
Debía serlo, puesto que no recordaba aquel lugar. No tenía ni idea de dónde me encontraba. Por eso mismo decidí reseguir aquella frontera metálica hasta que me llevara a algún lugar conocido, o desconocido. El que fuera. Un punto de partida. Mejor eso que dar vueltas sin sentido.

   Cansada de andar, me paré a escuchar. Tal vez el silencio me trajera algún eco, que esperaba fuera cercano. Allí permanecí durante largos minutos sin hacer otra cosa que aguzar el oído en una y otra dirección por si llegara a mí algún sonido indicativo de presencia humana, que no animal. No deseaba ruidos procedentes de cualquier bicho que hubiera por las inmediaciones. Me asustan los bichos.
Escuché ruido, de lo que parecían ser pisadas, a mi espalda. Me volví, y casi me muero del susto. Un perro se abalanzaba hacia mí con sus patas delanteras en alto. Del miedo que sentí me puse en pie antes de que me tocara y ya estaba dispuesta a correr donde fuera necesario cuando alguien desde mi izquierda lanzó una orden al perro, lo que hizo que se tumbara inmediatamente.

   ¡Vaya, por fin te encuentro! - me dijo una mujer de aspecto juvenil que acercándose al perro le ataba  la correa para evitar que se acercara más a mí. No supe qué decir y me quedé como una estatua, de pie, mirando con cara atónita: primero a la mujer, después al perro. Así que me conocía, o eso  parecía.
Abrí las manos mientras subía mis hombros en un claro gesto de desconcierto, que tuvo que ser de lo más patético para que aquella mujer me mirara con cara cómica y divertida, a la vez que soltaba una gran carcajada mientras yo, aturdida, pensaba en la situación en que me hallaba: me pierdo en medio de mi camino  y me encuentra alguien que me conoce; alguien de quien no tengo la menor idea de cuál es su identidad pero que dice que me conoce. ¿Qué hacer?

   "No recuerdo de qué nos conocemos" – mentí, para salir del paso. Lo cierto es que no sabía quién era aquella persona pero, puesto que parecía que ella si me conocía, no quería ser descortés, y menos en mis circunstancias. "No te preocupes – respondió ella – yo sí me acuerdo. Ven a casa y te lo explico por el camino".
Y eso hicimos. ¿Cómo negarse?
Cuanto más hablaba ella más perdida estaba yo. Y más convencida de que se estaba equivocando claramente de persona. ¿Baloncesto, yo? ¡Pero si no sé ni cómo es una pelota! Pensaba más que escuchaba; a saber qué me deparaba a mí aquella extraña coincidencia. "Por mí, que hable y piense lo que quiera con tal de que me lleve a algún sitio conocido". Aún así, dudaba. Hay mucho loco por el mundo. Desconfiaba, si. Mucho.

   No tardamos en llegar a una especie de senda natural que nos condujo a una puerta alambrada, no muy ancha y cuyo candado estaba abierto, por la que pasamos al otro lado de la frontera que imaginariamente había yo elaborado en mi mente. De allí partía un camino de tierra que continuaba recto hasta una arboleda, donde desaparecía oculto por la espesura y la penumbra. 
Seguía sin fiarme mucho de aquella persona pero no tenía otra alternativa, de momento, que no fuera la de permanecer a su lado hasta encontrar una salida satisfactoria a mi problema. Caminaba siguiendo sus pasos sin atender mucho a su charla, recelosa como me sentía ante su presencia, cuando en algún momento escuché un nombre que me sonaba de algo. "¿Celia Naranjos?" - exclamé interrumpiendo mis tortuosos pensamientos de forma abrupta. "Su nombre me suena de algo pero ahora mismo no acierto a identificar de qué la conozco", dije yo. Mi acompañante me miró incrédula y con cara de pocos amigos. Parecía un tanto exasperada.

   Se paró y, mirándome fijamente a los ojos me espetó que aquello no tenía nada de gracia. Que dejara ya de hacerme la desmemoriada  porque aquel juego le cansaba ya.  Al principio había tenido hasta cierta gracia pero ya no tenía ninguna. Se mostraba enfadada de verdad y empezó a caminar a zancadas largas y presurosas sin prestar atención a que yo le siguiera o no. 
La situación me hizo sentir tan violenta y fuera de lugar que acallé todos mis temores y cerré la boca prometiéndome no volver a abrirla hasta llegar a la casa de aquella persona que, dándome la espalda, marchaba enérgicamente delante de mí.

Al poco, aflojó la marcha y se volvió hablando en  un tono de voz pausado. "He sido muy grosera, Celia; lo siento, hoy tengo un mal día".
"Así que me llamo Celia", pensé. En realidad, no era extraño. Celia era un nombre como otro cualquiera. Y no recordaba el mío así que, tal vez, fuera un buen principio.

   Me apresuré a contemporizar con aquella persona que me suplicaba con su mirada una reconciliación y un perdón. "Yo tampoco tengo un buen día", respondí sonriendo lo mejor que pude; y acompasando nuestros pasos seguimos adelante una al lado de la otra sin establecer conversación hasta llegar a su casa.
No era lo que me esperaba. Pensaba que sería más grande y majestuosa. En realidad era una casa pequeña y vieja necesitada de reparaciones por distintas partes de su fachada; aunque, una vez dentro, era acogedora; su decoración bien escogida; y su disposición  armoniosa. Aquello me sorprendió y me agradó.

   La dueña de la casa se acercó a un llamativo sofá amarillo que no desentonaba con el resto del mobiliario sino que le daba un toque de color en la estancia, más bien sobria, con tonos gris perla. La mujer se acercó al equipo de música y al momento se pudo escuchar una agradable melodía de música clásica cuyo autor no acababa de reconocer pero que me envolvía agradablemente. Me invitó a sentarme a su lado con un gesto y, acto seguido, tomó  de la mesa cercana un álbum de fotos que empezó a abrir mientras me insistía con la mirada a imitarla.
Mis recelos se habían ido disipando conforme me envolvía la atmósfera de aquella casa donde los juegos de luces provocaban una sensación de placidez que invitaban a la intimidad y las confidencias. Decidí sentarme a su lado y compartir con aquella desconocida sus historias familiares, que era lo que esperaba encontrar en aquellas fotografías.

   Fue pasando las hojas lentamente a la vez que me miraba con insistencia como si tratara de descubrir el menor indicio de algo que yo no acababa de entender. ¿Qué reacción esperaba de mí aquella persona? No sabía cuál debía ser mi conducta en esas circunstancias pero traté de ser lo más amable posible intentando mostrar cierto entusiasmo ante sus explicaciones. Las personas allí reflejadas (familiares próximos todas ellas) iban cambiando físicamente conforme el paso de los años.
Poco a poco fue introduciéndome en sus anécdotas familiares y yo la seguía con relativo interés hasta que una foto captó mi atención. En ella aparecían dos chicas jóvenes de rasgos conocidos. Ella me miraba con expresión expectante. Tal vez esperaba que dijera algo agradable sobre la foto o su composición. Tal vez ella misma hubiera robado ese momento a esas dos jóvenes que se veían tan cercanas y cómplices. No pude más que esbozar un breve y predecible comentario de "bonita foto" que apenas sonó real.

   Los ojos de la mujer brillaron y empezaron a asomar tímidas lágrimas que de inmediato fueron secadas con la mano." Mi hermana y yo.  - dijo apesadumbrada –Estábamos muy unidas hasta que una maldita enfermedad me la arrebató." Todo esto lo dijo pronunciado con mucho énfasis y con un deje de rabia contenida.
Tras un breve silencio, la mujer retomó su anterior calma y siguió mostrándome más fotos. En las siguientes hojas se veían las mismas muchachas cada vez más mayores. Hasta la fecha actual. Parecía realmente una familia bien avenida; una lástima que se hubiera truncado la armonía familiar por aquella enfermedad que ella desconocía. Sintió lástima por aquella mujer y le apretó suavemente la mano en un claro gesto cariñoso.

         Apenas quedaban fotos por ver. Dos páginas a lo  sumo. La mujer parecía dudar. Se notaba que no sentía ganas de recordar y yo no dejaba de cogerle la mano en un intento de consolarla. Era una historia triste que no me dejaba indiferente. Sentí hacia aquella persona una oleada de afecto que me desconcertó.
Y entonces, sucedió. Fue la última foto. La que guardaba con más cariño. La sacó despacio de su envoltorio de plástico y se le escapó un hondo suspiro mientras pronunciaba el nombre de su hermana "Celia, Celia ¿Porqué tú?"

         Resultaba curioso que aquella mujer tuviera una hermana con el mismo nombre que yo. Tal vez por eso se había mostrado tan atenta conmigo, una desconocida. Se notaba que apreciaba en mucho a su hermana y la echaba realmente de menos. Seguía observando la foto y me fijé que en su reverso había unas letras escritas.
Sé que es de mala educación leer letras ajenas pero estaba tan cómoda en la atmósfera creada que, en aquella ocasión, no me pareció una descortesía sino más bien una invitación. "Con Celia en nuestro refugio de invierno". También había una fecha pero ya no pude leerla por estar tapada por los dedos de mi anfitriona quien permanecía a mi lado un tanto ausente, posiblemente rememorando aquellos días.

   "¿Estabais muy unidas, verdad? Se nota", dije yo afectada por la emotividad del momento. Ella seguía con la mirada perdida en la fotografía y con sus pensamientos más allá de aquel espacio encerrado entre cuatro paredes.
En un impulso, tomé la fotografía de sus manos y la volví para ver esa imagen familiar que tanto había trastornado a la persona que tenía frente a mí. No pude creer lo que veía. La miré sorprendida y ella me sonrió. Por un momento, pude reconocer.  La imagen se cayó de mis manos girando en su caída. A mis pies se podía ver una imagen que nos reflejaba a ambas junto a la puerta de la casa mientras en mis oídos la orquesta acometía con énfasis la recta final de la  Sinfonía nº 25 de Mozart.
Anyway the wind blows...


¡CUIDAMOS LA PÚBLICA!

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